Opinión
El 23 de marzo del 2021 se cumplirá un año del cierre escolar que, al igual que en todo el mundo, nos obligó la pandemia del COVID-19. Dado que la memoria es frágil, vale la pena recordar que una semana antes de esa fecha, exhortamos al gobernador a realizar el cierre total de escuelas. La incertidumbre respecto al impacto real de la pandemia en Sinaloa nos empujó a hacerlo. Desde el día uno de esta emergencia hemos dicho, primero la salud y la vida.
Sin embargo, el tiempo no pasa en vano. Durante estos casi 12 meses, hemos visto como la ciencia y la tecnología han avanzado muy rápido y ya disponemos de vacunas para mitigar los efectos de la enfermedad. En este periodo, hemos podido constatar que, para muchas familias, haber cerrado las aulas ha sido fuente de agotamiento, frustración y cansancio. Y en este lapso, también hemos aprendido respecto a las consecuencias que los cierres escolares prolongados tienen en el aprendizaje y el bienestar de niñas y niños. Todo esto, nos da cinco razones para regresar a la escuela.
Primero, a pesar de sus desperfectos y carencias las escuelas ofrecen a niñas, niños y jóvenes un espacio único para el desarrollo de sus habilidades socioemocionales. Competencias como la empatía, la capacidad de hacer amigos, de comunicarse con otros encuentran en la escuela una oportunidad que ninguna estrategia televisiva o clase en línea es capaz de ofrecer aún.
Segundo, es en la escuela en donde muchos estudiantes que enfrentan condiciones de marginación acceden a servicios que muchas veces no encuentran en sus hogares. Desde alimentación -como en las desaparecidas escuelas de tiempo completo-, hasta la oferta de espacios propicios para el aprendizaje y otras actividades extracurriculares que lo complementan. Es decir, puertas a nuevas alternativas de desarrollo y oportunidades.
Tercero, a medida que la etapa de cierre de escuelas se extiende, crece la brecha que separa las oportunidades a las que acceden los estudiantes de las familias más privilegiadas y aquellas que viven en marginación económica, social y cultural. Como toda emergencia, la larga etapa de educación a distancia nos ha mostrado con claridad los desequilibrios entre quienes más y menos tienen, y refuerza la idea de la escuela como lugar donde, por unas horas al día, los niños pueden convivir de manera más equitativa.
Cuarto, de acuerdo con diversas proyecciones, desde Mexicanos Primero Sinaloa hemos estimado que el cierre de escuelas de 11 meses puede hacer que la escolaridad promedio en el estado retroceda a los niveles que tenía en el año 2010. Una década de avances perdida en menos de un año. Como referencia, el Banco Mundial estima que por cada año de escolaridad que una persona avanza en promedio, su ingreso anual estimado crece en unos $1,400 dólares.
Cinco, aunque sepamos que aún falta camino por recorrer para superar la pandemia y volver a abrir todas las escuelas, es hora de ofrecer a quienes genuinamente lo necesitan, la alternativa de acceder a un espacio físico en donde puedan ser atendidos en sus necesidades académicas, sociales y emocionales. Sobre todo, en el caso de las niñas y niños en zonas rurales y de alta marginación.
Después de un año de cierres escolares debemos cuestionarnos, ¿cómo es posible haber visto la reapertura de antros, cines, estadios y centros comerciales, y aún no haber hecho siquiera el intento de organizar un regreso seguro, sano, responsable y voluntario a las aulas? Es hora de ver a la educación como la primera prioridad y de abrir el debate respecto a la reactivación educativa, tanto o más importante que la económica.
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Ángel Leyva