Opinión
El 23 de marzo del 2020 se hacía efectivo el primer día de suspensión de clases a raíz de la llegada del Coronavirus a México. A esas alturas, en Sinaloa ya había llenado portadas el primer caso, un turista proveniente de Europa encerrado en un hotel en Culiacán. Dos años más tarde, aún padece el sistema educativo estatal la parálisis que esta pandemia vendría a infligirle. Hoy por hoy, la crisis silenciosa que hemos venido advirtiendo durante ya más de un año, sigue ahí, sin ser percibida, pero real.
Durante este tiempo, hemos aprendido que poder reemplazar la educación con pies, manos y corazón en la escuela mediante una enseñanza a través de pantallas o mecanismos remotos es sencillamente una ilusión. Hemos comprobado que, a pesar del esfuerzo grande de familias, de docentes y de estudiantes, la escuela a distancia ha sido una estrategia útil únicamente para casos especiales, en hogares que contaron con los medios tecnológicos y con la capacidad económica de tener a algún adulto en casa acompañando las labores educativas.
Durante estos dos años hemos confirmado que esta crisis dejó al descubierto algunas de las inequidades más profundas que padecía el sistema educativo estatal. Que mientras más pobreza, menos oportunidad de navegar disrupciones de esta naturaleza sin salir heridos. Que de los 5.2 millones de personas que en diciembre del 2020 habían interrumpido su trayectoria educativa, la mitad lo hizo por razones vinculadas al impacto de la pandemia.
Confirmamos que tenemos un sistema educativo frágil, que funciona más por la garra y persistencia de las comunidades escolares que por las virtudes en el liderazgo y la conducción de quienes detentan la autoridad política a nivel federal y a nivel local. Porque estos años también han sido años de atraco y de asedio al derecho a aprender. Pues durante la pandemia, se desarticularon programas fundamentales para la equidad, tales como las escuelas de tiempo completo, y se les reemplazó por programas de transferencias de dinero universales que en nada focalizan los recursos donde más duele.
A la fecha, Sinaloa sigue sin contar con un diagnóstico pormenorizado de las consecuencias de este largo periodo de alteración de la vida escolar en el aprendizaje académico y en el bienestar socioemocional de toda una generación. Tampoco será posible conocer, hasta que todas y todos puedan estar de regreso en sus escuelas, a qué magnitud corresponde el problema del abandono escolar. Pero desconocer el balance preciso de estos problemas no quiere decir que no tengamos evidencia para proyectar la cuantía del dolor.
Siguiendo estimaciones de diversos organismos, desde Mexicanos Primero Sinaloa hemos estimado que el riesgo del abandono escolar podría afectar a 127 mil personas entre 3 y 24 años en el estado. Y hemos sostenido que, según una proyección moderada, la caída en los niveles de aprendizaje podría hacernos perder los progresos de toda una década.
Todos estos factores, aunados a las recientes desavenencias entre las secciones sindicales y la SEPyC o a la desaparición de las escuelas de tiempo completo, son amenazas para el derecho a aprender de toda una generación. Y corresponde a nuestra institución alzar la voz para exigir soluciones y levantar propuestas.
El gobierno que inicia su periodo en el estado tiene en sus manos la oportunidad de elegir un camino diferente al de la confrontación y la división para construir de manera colectiva mejores oportunidades para la ciudadanía. No hay mejor oportunidad que una buena educación. Por ello, es momento de conjuntar voluntades y talento, sin discriminar a quienes desde la sociedad civil hemos buscado sin cesar propuestas sólidas y bien sustentadas para un camino de mayor justicia educativa. Pasará esta triste efeméride de la pandemia, pasarán los gobiernos, y acá seguirá Mexicanos Primero Sinaloa, firme en la democrática actitud de exigir con respeto y proponer con sustento y civilidad.
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Ángel Leyva