Opinión
El 14 de julio concluyó el ciclo escolar 2021-2022. Antes de comenzar las vacaciones de verano y que los docentes, directivos y alumnos tengan un merecido descanso, sería importante analizar los sucesos más relevantes que marcaron esta etapa del sistema educativo. Esto, con el fin de saber dónde estamos parados y lo que nos falta por hacer para tomar decisiones que nos ayuden a acelerar el paso.
Este ciclo escolar estuvo marcado por un cambio de administración, la cual tomó posesión en noviembre de 2021, y como generalmente suele suceder, con una visión educativa distinta. Una de las primeras medidas implementadas fue que en enero de 2022 se determinó el regreso a la presencialidad de forma escalonada, esto, después de casi dos años de confinamiento escolar. Si bien, esta decisión era urgente y necesaria debido a los graves problemas ocasionados por la pandemia, hasta la fecha, todavía hay escuelas que por sus condiciones físicas y estructurales no han podido consolidar el regreso a clases.
Otro suceso importante fue el conflicto SEPyC y SNTE, una disputa que no se había visto en mucho tiempo y que al menos en Sinaloa era poco común. Aunque en ese proceso hubo incluso paros laborales, es un tema que, al parecer, avanza lentamente. Asimismo, no debemos olvidar que también en este ciclo escolar se llevaron a cabo los foros y discusiones del nuevo marco curricular, no sólo en Sinaloa sino en varios estados y en el cual hay un planteamiento para la transformación estructural del sistema educativo.
Mas allá de los aspectos contextuales del ciclo escolar pasado, hay algunas acciones realizadas para impulsar el aprendizaje de los estudiantes. Por ejemplo: el proyecto de Jóvenes Ayudando a Niñas y Niños, el cual los apoya con tutorías de matemáticas en línea, o el Plan de Reforzamiento, que plantea la atención a escuelas primarias y secundarias en las áreas de español y matemáticas con el apoyo de docentes y liderazgos intermedios. Sin embargo, esto es insuficiente para mitigar las graves carencias que enfrentan los alumnos. Haría falta una estrategia integral para responder efectivamente a la crisis educativa y emocional que se vive en las escuelas.
Las afectaciones, como ya lo ha demostrado la investigación disponible, son más graves cuando los alumnos no asisten a la escuela, por tal motivo, la infraestructura escolar ha sido un tema central en la conversación pública. Un aspecto que debemos reconocer por parte de la autoridad educativas es que se ha avanzado en identificar las necesidades que tienen los inmuebles educativos y que se cuenta con un plan de inversión para atender estas carencias. Sin embargo, aún hacen falta mejorar los sistemas de información para hacerlos públicos, actualizados, congruentes y que sean útiles para tomar decisiones que prioricen las escuelas que mayormente lo necesitan.
Las inercias del pasado no pueden ser un impedimento para avanzar en el presente. La autoridad debe priorizar lo importante basados en criterios que ponderen lo educativo más allá de lo político. El ritmo que hasta el momento llevamos es insuficiente para enfrentar los numerosos problemas que existen y que impiden garantizar el derecho aprender.
Para avanzar en esta meta debemos mejorar la comunicación, escuchar las voces de la comunidad escolar, de los liderazgos intermedios, organizaciones de sociedad civil y de todos aquellos actores educativos que estamos inmersos en esta lucha. Son muchos los temas que aún quedan pendientes, por lo tanto, usemos de referencia este ciclo escolar para ajustar, mejorar y tomar decisiones que incluyan la experiencia y apoyo que entre todos podemos ofrecer. De esta manera pudiéramos avanzar al ritmo que necesitamos.