Opinión
Los resultados del CENSO 2020 recientemente liberados por INEGI dejan ver resultados que hablan de un progreso importante en materia educativa en los últimos 20 años para Sinaloa. Entre otros, destacan la disminución en los niveles de analfabetismo del 8% en el año 2000 a 3.6% en 2020. El aumento en la tasa de estudiantes de preescolar (3 a 5 años) que asisten a la escuela de 51.6% en el 2010 a 62.7% en 2020. Y también el avance en el nivel de escolaridad promedio por persona en Sinaloa, que pasa de 7.6 años (2000) a 10.2 años (2020), lo cual equivale de pasar de una escolaridad promedio de segundo de secundaria incompleto a segundo de bachillerato incompleto. Sin embargo, las cuentas alegres de este lento progreso, construido en dos décadas, podría perderse en un periodo mucho menor a raíz de los cierres escolares prolongados causados por la pandemia.
Actualmente, gracias al trabajo de distintas organizaciones de sociedad civil, instituciones académicas y dependencias públicas como el SIPINNA y el MEJOREDU, sabemos que las percepciones respecto a lo aprendido por los estudiantes que tienen sus familias y docentes son más bien conservadoras. Y que además existen muchos estudiantes que sencillamente no participan de la educación a distancia. El estrés y el agotamiento emocional están siendo barreras importantes para que los estudiantes continúen sus actividades escolares mediante la vía remota.
Pero lamentablemente, aún no es posible decir de qué manera concreta el cierre escolar tan prolongado que hemos vivido en Sinaloa está afectando los niveles de aprendizaje de los estudiantes, porque las únicas herramientas para conocer esto, como son las pruebas PLANEA han sido suspendidas por segundo año consecutivo sin un plan alternativo.
Debido a esto, sólo podemos recurrir a estimaciones del efecto que los cierres escolares pueden tener en los niveles de aprendizaje de niñas, niños y jóvenes. Precisamente, una estimación de este tipo hecha por el Banco Mundial en junio de 2020, estableció que en un escenario de cierre escolar de 7 meses y con una efectividad de la educación a distancia baja, se puede llegar a producir una disminución en la expectativa de años de escolaridad promedio de 0.9 años. Es decir, en sólo 7 meses (recordar que en marzo ya será un año de escuelas cerradas), Sinaloa podría regresar a una expectativa de nivel educativo para sus niñas, niños y jóvenes que se tenía una década atrás.
En lo colectivo, esto no sólo significa ser una sociedad menos educada, sino también, una sociedad menos próspera. De acuerdo con estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) las pérdidas económicas asociadas a la reducción de los niveles de aprendizaje en la sociedad pueden llegar a costarle a México un aproximado de 3,426 billones de dólares. Y en lo individual, menores niveles de escolaridad están asociados a menores perspectivas de desarrollo personal y estabilidad económica. De acuerdo con la estimación de reducción de 0.9 años en la expectativa de escolaridad en el que identificamos a México y Sinaloa, los estudiantes afectados por este retroceso debieran además, enfrentar una reducción en la expectativa de ingreso anual de 1,403 dólares en promedio.
Ante este escenario, ¿qué podemos hacer quienes somos padres y madres de familia? Primero, mantenernos constantes en la participación, aunque sea a distancia, de actividades escolares que permiten que nuestras hijas e hijos mantengan algún grado de conexión a la comunidad a la que pertenecen. De ninguna manera, esto implica saturarlos y agobiarlos más de lo que la misma pandemia los estresa. No se trata de hacer más tarea. Se trata de seguir creyendo que la educación y la escuela son asuntos fundamentales en la vida de los niños y jóvenes.
Segundo, desde nuestro rol también podemos ayudarles a ver los aprendizajes que se esconden en las cosas cotidianas que se vive en cada familia producto de pasar más tiempo en casa. Cuestiones como la necesidad de alimentarse, resulta en muchos hogares mediante la acción de cocinar, niñas y niños pueden no sólo aprender algo que será útil en sus vidas, sino también pensar en cuál es el origen de los alimentos que consumirán. Cómo fue el proceso biológico mediante el cual se cultivó. El proceso comercial mediante el cual llegó a casa. El proceso químico que le dará una forma, texturas y un sabor diferente. El proceso cultural que hizo a una sociedad acostumbrarse a comer ese tipo de preparaciones. Se trata de estar atentos a oportunidades de aprender a través de la vida misma.
Por supuesto, regresar a las escuelas de manera segura es un anhelo compartido de todos quienes comprendemos el valor que la educación tiene a la hora de preparar a nuestros hijas e hijos para una vida plena como adultos. Por eso, el llamado a las autoridades locales es a evitar que estas pérdidas de aprendizaje proyectadas sean permanentes. Para ello, se requerirá volver al tema educativo una prioridad en la agenda pública, volcar recursos humanos y económicos para sostener un proceso de recuperación de esta pandemia y organizar oportunamente el regreso a una escuela renovada, más inclusiva y más justa.
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Ángel Leyva