Opinión
Aunque sea difícil decirlo en público, hay razones para estar preocupado y sentir miedo. De semanas a la fecha ha sido muy claro que la pandemia está golpeando duro. Una gráfica con información oficial del gobierno mexicano compartida en Twitter por un destacado pediatra e investigador sinaloense lo confirma. Ya es posible hablar de una tercera ola más grande que la segunda, que va directamente a rebasar la primera.
Más que escribir como el director de Mexicanos Primero Sinaloa, hoy escribo como hombre de 36 años que aún no recibe su vacuna; como esposo de una mujer que tampoco ha recibido la inmunidad, como padre de dos hijos que inician su camino en la vida. Como hijo, como hermano. Hoy, hago una pausa en nuestra lucha por el derecho a la educación de los niños que no tienen las condiciones para seguir estudiando desde casa, para hacer un llamado a la garantía del derecho a la vida.
Estamos en un amargo lugar y en una incómoda situación. Desde el inicio de la pandemia se nos ha dicho que la jornada de distancia social tenía como objetivo aplanar la curva de contagios. Sin embargo, los datos nos muestran que lejos de un aplanamiento, hemos visto una línea que sube y baja y una pandemia que no se detiene, ni siquiera con el proceso de vacunación.
Toca aceptar que, con la estrategia actual, es imposible mantener a la pandemia “controlada”. Ya ni siquiera es posible hablar de una sola pandemia. Aunque son todas cepas del mismo virus, la pandemia de la variante delta, así como antes de la variante gama, son fenómenos distintos al de la versión original del virus Sars-Cov-2. En palabras del especialista chileno Gabriel Rada, es un incendio sobre otro incendio.
Nuestro llamado a evitar una catástrofe educativa ha sido motivado por la certeza de que la educación a distancia excluye y que sin escuelas el derecho a aprender no se garantiza a todas y todos. Pero también hay que saber reconocer otra tragedia evidente: México vive una crisis humanitaria con más de 234 mil muertes oficiales, que en Sinaloa ha costado casi 6 mil 500 vidas. La generación no sólo sufre por no tener la escuela. Sufre por quedarse huérfana, desamparada, vulnerable.
¿Cuánto tiempo debemos esperar para que el reconocimiento del fracaso de la estrategia federal y estatal de lucha contra la pandemia se haga evidente? ¿En qué momento plantearemos la exigencia de enmendar el rumbo?
Es hora de reconocer que hay dos realidades sobre la pandemia: la que viven los especialistas de las urgencias de hospitales públicos y privados, los pacientes, sus familias; y la realidad de las autoridades, que aún nos recuerdan cómo estornudar o cuántas camas disponibles quedan en el estado, igual que hace un año. El virus muta, se adapta. La estrategia para combatirlo no. Elegir bien qué realidad se ve es fundamental para no seguir caminando rumbo al precipicio.
En el mundo hay países como Nueva Zelanda, Australia, China, Singapur que ya comienzan a vivir una verdadera “nueva normalidad”. Lo que tienen en común es haber optado por una estrategia de suprimir completamente los contagios. Hoy, estamos muy lejos de poder ver una estrategia así en México. Pero se necesita un cambio. Así como vamos no saldremos de esta sin pagar un costo demasiado alto.
Mientras se viraliza el video de la gresca en la alberca atestada de un hotel en Mazatlán, en otras latitudes, organismos de sociedad civil presentan propuestas de manejo de la pandemia que apuestan a generar cortocircuitos epidémicos (Colegio Médico, Chile, 2021) para lograr territorios libres de contagio los cuales monitorear para asegurar trazabilidad en caso de resurgimientos de brotes. Esto, en el marco de una renovación de la gobernanza de la pandemia basada en criterios científicos rigurosos y en comités multidisciplinares de especialistas externos al gobierno.
Quizás estemos lejos de tener gobernantes dispuestos a decidir seguir una estrategia así. Pero si queremos recuperar las escuelas, primero se debe recuperar el control sobre la pandemia. Esto necesariamente implica hacer ajustes. No se puede comprender que mientras las escuelas estén cerradas, antros y hoteles funcionen sin ningún apego a las mínimas precauciones para evitar la propagación del virus.
Hay que regresar a la escuela para evitar una catástrofe educativa. Pero antes, se debe evitar una catástrofe humana. Hacerlo depende de las decisiones y capacidades de quienes nos gobiernan. Sólo con una pandemia controlada se puede administrar el regreso a la vida más o menos normal, partiendo por las escuelas. Es hora de abrir los ojos… y las ventanas.