Opinión
El domingo 7 de abril, la sociedad mexicana tuvo la oportunidad de presenciar el primer debate presidencial de las candidatas y el candidato a la presidencia de la república. Uno de los temas abordados fue la educación, donde la expectativa ciudadana era conocer una visión clara y propuestas sólidas para resolver la crisis educativa que enfrentan niñas, niños y jóvenes. Sin embargo, tal como el fenómeno astronómico ocurrido al día siguiente, la educación estuvo eclipsada.
En el transcurso del debate fue evidente que los aspirantes a la presidencia fueron incapaces de desarrollar planteamientos solidos (también por el formato del debate) que respondieran a las necesidades urgentes e importantes del sistema educativo. La superficialidad de las propuestas y la utilización del espacio para atacar y señalarse entre ellos, en lugar de contrastar ideas y proyectos, es motivo de preocupación.
Los escasos 11 minutos dedicados al tema educativo no hicieron justicia al grave problema en el que nos encontramos. Todavía hay numerosos estudiantes a los cuales se les vulnera su derecho a aprender. Esto se manifiesta en que 2 de cada 3 alumnos de 15 años no resuelven un problema matemático básico o que la mitad no comprende lo que lee. Asimismo, las enormes carencias de infraestructura y equipamiento que no garantizan condiciones básicas y dignas para el desarrollo integral de los estudiantes, o la escasa importancia que se le brinda al desarrollo profesional docente.
La importancia y complejidad del tema educativo requieren un espacio exclusivo que permita abordar a fondo las problemáticas que enfrentan las comunidades escolares. Esto implica profundización y análisis que contemple los programas y acciones que se busca implementar, así como las formas y recursos con los cuales serán financiados. Es decir, que éstas sean factibles y pertinentes y que no se queden únicamente en discursos vacíos.
Otro aspecto relevante es que se requiere un compromiso de las y los candidatos por escuchar las voces y preocupaciones de los actores educativos y sociales que viven la educación desde las escuelas. Considerarlos implicaría abordar temas trascendentales como la formación y la valorización de los docentes, la infraestructura escolar o el apoyo socioemocional, entre muchos otros que no fueron abordados en el debate.
Cada sexenio se plantean nuevas visiones sobre lo que debería ser el rumbo del país. Sin embargo, no existe claridad sobre el proyecto educativo que se busca construir. Antes de la pandemia, la situación era difícil y se ha profundizado con el tiempo. La educación no puede esperar más, pues de hacerlo, se estaría condenando a las futuras generaciones.
Las candidatas y el candidato deben darle a la educación la prioridad que se merece, y hacer compromisos a largo plazo que contemple la diversidad y pluralidad de actores para construir el sistema educativo al que aspiramos. Evitemos que el derecho a aprender sea eclipsado y relegado a un lugar secundario. Es tiempo de seguir exigiendo y presionando para avanzar hacia un sistema educativo cada vez mejor.