Opinión
El próximo ciclo escolar iniciará en menos de dos meses. Durante este verano, la gran prioridad de la Secretaría de Educación Pública y de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg) es producir 6.9 millones de libros del nivel prescolar; 99.1 millones de primaria, 33.3 millones de secundaria y 10.9 millones de telesecundaria. El proceso avanza, pues en redes sociales y comunicados de la SEP ya se ven libros llegando a comunidades escolares en distintas partes del país.
Estos libros de texto gratuitos tienen la misión de llevar a cada escuela pública el programa de estudio de la Nueva Escuela Mexicana. Este nuevo programa ha generado amplia discusión en el magisterio y la academia. Y también ha sido blanco de diversas críticas. Algunas de ellas han surgido desde la teoría y la praxis del desarrollo curricular, poniendo el foco en el aprendizaje de los estudiantes. Y otras, desde una lectura en clave política que centra su atención en conceptos como ideología y adoctrinamiento.
Utilizando una mirada comparativa y dejando de lado una posición crítica o apologética, es posible apreciar profundas diferencias entre el nuevo modelo y los que le antecedieron. La primera y más significativa diferencia tiene que ver con la redefinición de la función social de la escuela. Si bajo los modelos anteriores, la función del sistema educativo -y por ende del programa de estudios- era la de estructurar una trayectoria de aprendizaje individual y social para los estudiantes, este nuevo marco se centra en un modelo volcado a la transformación de lo comunitario.
Para perseguir este nuevo propósito social, se ha redefinido el perfil de egreso de las y los estudiantes. También, se plantean ejes articuladores que atraviesan todo el programa de estudio: inclusión, pensamiento crítico, interculturalidad crítica, igualdad de género, vida saludable, fomento a la lectura y la escritura, y educación estética. Se dejan atrás las asignaturas y se crean los siguientes campos formativos: lenguajes, saberes y pensamiento científico, ética, naturaleza y sociedad, y lo humano y lo comunitario. Y se abandona la organización por grados para utilizar fases multianuales.
Todos estos elementos forman un núcleo de aprendizajes, conocimientos y actitudes que se aspira a generar en comunidades escolares en todo el país. A esto se le llama programa sintético de estudios. Tal como ha sido costumbre en aquellos docentes que sí preparan y planifican sus clases, el programa sintético sirve como punto de partida para el diseño de planes de trabajo que estructuran la enseñanza y la evaluación sumativa y formativa, adaptándola a las necesidades de sus estudiantes y a la realidad específica de su contexto. A esta apropiación docente del currículum nacional ahora se le llama programa analítico.
Los nuevos libros de texto que se están produciendo y distribuyendo se basan en el programa sintético. Por esta razón, es predecible que su uso en las aulas esté limitado por las decisiones y el criterio pedagógico de maestras y maestros. Esto no es nada nuevo. Experiencias previas de reforma han demostrado que el nivel de adhesión a los referentes curriculares y de utilización de nuevos materiales educativos dependen siempre del criterio del docente. En esta ocasión, no será diferente. Las maestras y los maestros tomarán de este nuevo programa de estudio y libros únicamente lo que consideren útil para el propósito formativo que cada uno de ellos abriga respecto al aprendizaje de sus estudiantes. Y aquello que resulte lo suficientemente cercano con sus repertorios pedagógicos previos. Lo demás, a juntar polvo.
Mientras el empeño de las autoridades se enfoca en cerrar un sexenio con otra invención curricular, la realidad clama por otra cosa. Por ejemplo, por atender las consecuencias de una pandemia de casi dos años que en México agravó una crisis de aprendizaje académico y socioemocional que sigue siendo completamente invisibilizada. Reconstruir escuelas en pésimas condiciones de infraestructura para que no sucumban ante las endurecidas condiciones climáticas. Reparar culturas escolares dañadas por las consecuencias de problemas de salud pública como el consumo abusivo de sustancias, o de seguridad pública como la violencia del crimen organizado.
De nada servirá definir una y otra vez qué es lo que los estudiantes deben aprender en la escuela, si no se trabaja en transformar radicalmente las condiciones para que cada niña, niño y joven en México pueda estar, aprender y participar en la escuela.