Opinión

En el hermoso escenario del Castillo de Chapultepec se realizó la ceremonia de la edición 2022 del Premio ABC que cada año entrega Mexicanos Primero. Los premiados fueron docentes, directivos y familias que demostraron vivir a diario una gran pasión por enseñar y aprender. Aunque el nombre pueda sonar engañoso, no se trata de una competencia, sino de un reconocimiento. Se trata de dar visibilidad y permitirnos aprender de maestras y maestros que nos hacen revivir la esperanza que se puede construir un mejor México desde las escuelas. Como dijo uno de los maestros ganadores del año pasado, se trata de darle protagonismo a aquellos “soñadores que hacen”.
Reconocimiento en Sinaloa
Hace tres años, Sinaloa también supo reconocer a sus propios docentes a través del Premio AEI, entregado por Mexicanos Primero Sinaloa. En aquella ocasión, fueron galardonados docentes, directivos y familias que demostraron capacidad de innovación con enfoque de justicia social. Las prácticas de docencia que resultaron ganadoras permitieron a estudiantes aprender y desarrollarse socioemocionalmente desde las artes musicales, el juego y la educación ambiental. En tanto, las prácticas directivas y de comunidad que recibieron el reconocimiento buscaban avanzar hacia una mayor inclusión mediante la enseñanza del inglés y la atención a estudiantes con discapacidad auditiva.
A pesar de la persistencia en buscar modelos y ejemplos en el extranjero, estos premios nos demuestran que no es necesario salir de México ni de Sinaloa para encontrar modelos de profesionalismo docente, de pasión y de liderazgo entre el magisterio y las familias. Y confirman lo que ya aprendimos con la pandemia: el sistema educativo descansa, ante todo, en los hombros de las personas que componen cada comunidad escolar.
¿Y los liderazgos educativos?
En tanto, los liderazgos educativos del último tiempo han decidido perseguir entelequias y construir realidades imaginadas. Durante la pandemia, prefirieron contentarse con la palmoteada en la espalda de algún organismo extranjero, negando la realidad cruda que en muchos casos significó la educación a distancia. Y más recientemente, han decidido profundizar la crisis educativa que se vive para privilegiar aspiraciones de refundación de la función social de la escuela camufladas de reforma curricular.
Quizás si más “soñadores que hacen” llegasen a ocupar puestos de liderazgos en las secretarías de educación federal y locales, se evitaría dejar a las escuelas solas en la solución de los retos que siempre han debido encarar con compromiso, solidaridad y creatividad. Quizás se evitarían despojos como la eliminación de programas que permiten ofrecer una educación mejor, un espacio seguro y nutritivo en lo físico y en lo emocional, a millones de estudiantes. O se apostaría por aprender a dar una verdadera educación de excelencia, en vez de reformular la receta mágica para el éxito educativo a cada cambio de sexenio. Pero la realidad es otra.
En esta realidad de “funcionarios que hacen y deshacen” se debe recurrir a la justicia para luchar contra despojos y regresiones. Se debe monitorear con lupa lo que se proyecta invertir en materia educativa para evitar seguir dejando a las escuelas cada vez más solas y sin sustento material ni profesional. Se tiene que dar seguimiento semanal al desempeño de liderazgos que priorizan el éxito personal y la protección de los espacios de influencia política, por sobre intereses nobles como la dignidad, el aprendizaje y el desarrollo integral de niñas, niños y jóvenes.
Del lado de los soñadores que hacen está la genuina esperanza de un México más justo. Del lado de los funcionarios que hacen y deshacen están la irrefutable realidad de un sistema lleno de vicios y defectos, que sin embargo es el único que se tiene. En el encuentro de estos dos mundos está, sin duda alguna, el camino a seguir para una verdadera transformación.
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