Opinión

El programa federal “La escuela te extraña” busca reincorporar a adolescentes y jóvenes que abandonaron la escuela. La intención de reconocer que la ausencia de un estudiante no puede pasar desapercibida es buena, pero la preocupación del magisterio también es legítima: no pueden solos.
Otra vez se les pide hacer lo imposible: enseñar, cuidar, contener y ahora también rastrear. Y lo hacen, con compromiso y corazón. Sin embargo, la escuela no puede seguir siendo el último eslabón de una cadena institucional que no termina de funcionar. Recuperar a quienes se han desvinculado del aprendizaje no depende de la buena voluntad docente, sino de la responsabilidad compartida del Estado.
Sinaloa es un ejemplo de que una respuesta coordinada sí es posible. A partir de la homologación de la Ley de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes del Estado de Sinaloa con la Ley General (2021), la Secretaría de Educación Pública y Cultura (SEPyC), el SIPINNA Estatal y la Procuraduría de Protección realizaron un ejercicio interinstitucional para detectar y atender casos de inasistencia o abandono. Esa experiencia muestra que el problema se puede enfrentar de manera articulada, sin sobrecargar al magisterio y activando a las instituciones responsables de garantizar el derecho a la educación.
Por eso preocupa que la estrategia nacional vuelva a apoyarse casi exclusivamente en los docentes, sin los mecanismos de coordinación ni acompañamiento que la ley ya prevé. El magisterio no rechaza los cambios: pide condiciones reales para ejercer su vocación.
Desde Mexicanos Primero Sinaloa sostenemos que el abandono escolar no es solo una falla educativa, sino una vulneración de derechos. Cada ausencia es una alerta que debe activar rutas de detección, acompañamiento y restitución. Las escuelas necesitan fortalecerse como espacios seguros y emocionalmente protectores, pero la permanencia requiere corresponsabilidad institucional y social.
Monitorear y medir la recuperación no puede reducirse a contar cuántos regresan, sino a saber qué tanto logran reanudar sus trayectorias de aprendizaje. Las metas deben ser claras, medibles y compartidas entre las instituciones. Recuperarse implica más que volver a la escuela: supone volver a aprender, reconstruir vínculos y cerrar brechas.
Las evaluaciones de aprendizajes más recientes muestran que la recuperación no es uniforme: depende del momento en que un niño, niña, adolescente o joven se fue, del tiempo que estuvo fuera y de las condiciones de su regreso. Sin acompañamiento sostenido, ese estudiante puede volver a perderse. Por eso es indispensable una estrategia integral, con metas concretas que permitan monitorear el avance y para dejar a nadie atrás.
El abandono escolar no se combate con discursos ni con más tareas para los maestros. Se enfrenta con un sistema que protege, escucha y actúa a tiempo. Sinaloa ya demostró que se puede avanzar cuando las instituciones se coordinan y el magisterio no queda solo. Porque no basta con que la escuela extrañe: el sistema entero tiene que salir a buscar.
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