Opinión

Dedicados, atentos y buenos niños. Así describían a Alexander de 9 años y Gael de 12 años mientras la familia, amigos y gran parte de la comunidad escolar les daban el último adiós. Ya no volverán a levantar la mano al pasar lista, a reír en el recreo, a compartir con sus amigos ni soñar con convertirse en doctores, ingenieros o atletas. La violencia en Sinaloa no solo apagó sus vidas, sino que dejó un vacío irremplazable y una herida que ha marcado a la sociedad sinaloense.
El crimen que acabó con sus vidas no fue un hecho aislado. Desde el 9 de septiembre de 2024, la violencia en el estado ha llegado a niveles inadmisibles. Los homicidios, secuestros y robos de auto aumentaron notoriamente y se perdieron espacios públicos. Además, las escuelas dejaron de ser espacios seguros y convirtieron en un reflejo de la crisis en la que vivimos, sin que haya respuesta efectiva por parte de las autoridades.
La comunidad escolar de la Primaria Sócrates y todas las personas que se sumaron, tanto de otras escuelas como de la sociedad en general, lo dejaron claro en su marcha del 23 de enero, la cual tuvo eco con una segunda protesta tres días después. Los sinaloenses salieron a las calles y evidenciaron el hartazgo social que se vive en la entidad. “¡Con los niños no! ¡Queremos Paz! ¡Justicia! ¡Los niños no se tocan! ¡Únete, Únete que tus hijos pueden ser!” Fueron algunas consignas que se expresaron y es tanto el agravio y la indignación que incluso muchos manifestantes pidieron la renuncia del gobernador.
La situación en Sinaloa es difícil y frustrante, más aún cuando se minimiza y normaliza lo que sucede en el estado. Por eso, la indignación no basta, el dolor no es suficiente; se requiere organización y acción colectiva para exigir justicia, no solo para la familia Sarmiento Ruiz, sino para todas las personas que ha sufrido los estragos de la violencia. Es momento de que el gobierno federal y estatal asuman su responsabilidad y garanticen espacios seguros donde todas y todos, especialmente las niñas niños y jóvenes puedan, salir, disfrutar, jugar, aprender y vivir sin miedo.
La sociedad sinaloense está cansada de discursos vacíos y promesas incumplidas, mientras la niñez y juventud pagan el precio. Ya no podemos esperar ni permitir que más familias pierdan a sus seres queridos. Justicia y paz no son favores, son derechos que el Estado tiene la obligación de garantizar.
El futuro de Sinaloa depende de lo que hagamos en el presente, sigamos levantando la voz y sumando esfuerzos por cambiar esta realidad. Es hora de transformar el miedo y el dolor en exigencia. No podemos resignarnos a la violencia como destino; se acabó el silencio, se acabó la indiferencia. Pensar en el futuro nos demanda acción y la memoria de Alexander y Gael nos obliga a no rendirnos.
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