Opinión

Cada año, el 30 de abril es motivo de celebración por el Día del Niño. Esta fecha representa una invitación a mirar y escuchar a quienes dan sentido al presente y futuro del País, y recordarnos que ellos deben ser el centro de nuestras prioridades. Sin embargo, no todo es fiesta y diversión, ya que ese día también convive con profundas contradicciones que revelan una realidad marcada por la violencia, la inequidad y la exclusión.
El contexto en el que han vivido distintas regiones de Sinaloa se ha caracterizado por episodios que ponen en evidencia la vulnerabilidad del sistema educativo. Durante el ciclo escolar 2024-2025, la violencia en la entidad ha afectado el derecho aprender de niñas, niños y jóvenes. La interrupción de los procesos formativos de los estudiantes propiciados por el miedo, los enfrentamientos armados o como medida de prevención, han ocasionado rezagos importantes y profundizado las afectaciones emocionales y de aprendizaje que se arrastran desde la pandemia.
En Sinaloa, muchas escuelas públicas operan sin servicios básicos como agua potable, electricidad o sanitarios dignos. La ausencia de techumbres, mobiliario deteriorado o aulas que no resguardan adecuadamente del calor o la lluvia son parte del panorama habitual en muchos planteles. A esta precariedad estructural se añadieron recientemente los robos durante el periodo vacacional de Semana Santa, que afectaron a diversas escuelas y dejaron a numerosos estudiantes sin condiciones adecuadas para regresar a clases. Los daños en cableado eléctrico, ventiladores y equipamiento no solo representan una pérdida económica, sino un obstáculo para garantizar el derecho a la educación.
La niñez sinaloense tiene derecho a que los mejores docentes los ayuden en su trayectoria formativa. No obstante, la revalorización del magisterio es un tema pendiente desde hace años y, aun con los esfuerzos implementados con la Nueva Escuela Mexicana para promover la transformación educativa, en los hechos se ha generado incertidumbre, pues para muchos maestros el impulso de la formación y desarrollo profesional ha sido desarticulado y poco pertinente a sus necesidades.
Por otro lado, no puede pasarse por alto que no todas las niñas, niños y jóvenes parten desde el mismo lugar y, por su contexto, enfrentan obstáculos adicionales para ejercer su derecho a aprender. La situación en Sinaloa es particular con los hijos de jornaleros agrícolas migrantes y aquellos que asisten a escuelas comunitarias o multigrado. Su presencia, aunque reconocida en los discursos, sigue sin traducirse en una estrategia concreta de atención diferenciada que permita revertir los efectos acumulados de la inequidad y desigualdad.
Otro tema que debe reflexionarse este día es la falta de canales adecuados para que los alumnos expresen sus ideas, necesidades y opiniones sobre aquello que les afecta directamente. Escuchar a los estudiantes es indispensable para construir escuelas más democráticas y tomar mejores decisiones, ya que son ellos quienes saben lo que les incomoda, lo que anhelan y lo que les gustaría cambiar para aprender mejor.
Este 30 de abril es una oportunidad para celebrar a quienes le dan sentido a la vida escolar. Sin embargo, también es un momento para reflexionar con seriedad lo que hemos omitido como sociedad y comprometernos a transformar las condiciones que obstaculizan el derecho a aprender. Reconocer a las niñas y niños no es solo felicitarlos un día: es garantizar que cada día cuente, y que cada uno de ellos tengan la posibilidad de construir su trayectoria educativa con dignidad, justicia y esperanza.