Opinión

Con el reciente anuncio de la nueva Beca Universal para Educación Básica “Rita Cetina Gutiérrez”, vale la pena analizar los efectos que estos estímulos económicos tienen en los resultados educativos. Y es que, en México, las becas se han promovido como un instrumento para garantizar el acceso a la educación y reducir el abandono escolar. Sin embargo, la evidencia sugiere que las transferencias monetarias no condicionadas, como las becas universales, no han logrado mejoras significativas en el logro académico ni en la permanencia escolar, ya que no abordan de forma integral las causas y problemas estructurales subyacentes.
Un ejemplo de esto es que en la evaluación de impacto más reciente del CONEVAL reveló una disminución del abandono escolar en las escuelas con mayor proporción de beneficiarios del el Programa de Becas de Educación Básica para el Bienestar Benito Juárez (PBBBJ), especialmente en el nivel de secundaria, con reducciones del 1.36% en promedio y del 2.33% en municipios menos marginados. Sin embargo, estas cifras positivas no deben llevarse a conclusiones apresuradas sobre su efectividad. La evidencia muestra que estos avances se concentran en el corto plazo, sin lograr una mejora sustancial en el acceso equitativo a la educación en contextos de alta marginación. En estas comunidades, las barreras estructurales como la pobreza extrema, la falta de transporte escolar y el acceso limitado a tecnologías siguen siendo obstáculos insalvables para los estudiantes. Las becas, al no cubrir estos gastos esenciales, resultan insuficientes para garantizar la permanencia escolar a largo plazo.
La promesa de las becas como una vía para romper el ciclo de desigualdad en la educación se ve limitada por varios factores. En el caso del PBBBJ, la falta de condicionamientos a la asistencia regular, o bien al mérito académico, puede representar un desafío importante para lograr mejoras significativas en el aprendizaje. A diferencia de programas previos como PROSPERA, que otorgaba becas por cada hijo en la familia, el PBBBJ se otorgó por hogar, lo que, si bien incrementa la cobertura a más familias, no garantiza que el dinero se traduzca en mejores resultados educativos. Además, los problemas logísticos del programa agravan la situación. Los beneficiarios han reportado dificultades con el acceso al Banco del Bienestar, demoras en la entrega de los recursos y la falta de infraestructura bancaria en comunidades marginadas. Esto no solo reduce la eficiencia del programa, sino que también limita su impacto al dificultar la planificación de gastos educativos por parte de las familias.
Por otro lado, existe evidencia sobre la limitada capacidad de las becas para generar cambios profundos en el sistema educativo. Un análisis del Banco Mundial sobre el impacto del programa PROBEMS, así como investigaciones más recientes sobre la beca universal de media superior, muestran que estas transferencias monetarias no siempre se traducen en mejoras de desempeño académico o tasas de graduación más altas.
Otro inconveniente de los programas de becas universales es que se enfocan únicamente en beneficiar a aquellos que ya están dentro de la escuela, pero ignora y excluye a los que se encuentran fuera, por lo que perpetúa las brechas de desigualdad social.
El problema es que en los programas de becas se suele asumir que el recurso de las mismas invertirá automáticamente en insumos educativos y que estos, a su vez, se convertirán en aprendizaje, algo que no siempre sucede. Si bien, aunque la falta de recursos económicos es uno de los factores mencionados con mayor frecuencia como causa principal del abandono, hay otras barreras estructurales que no se consideran, cuando en realidad el contexto económico y social de los estudiantes, sigue siendo determinante en los resultados educativos.
Con todo esto, se hace evidente que las becas, aunque necesarias, no son una solución suficiente para garantizar el derecho pleno a la educación. Si bien, históricamente los gobiernos se han enfocado en aumentar el acceso escolar, se ha omitido una parte fundamental como lo es mejorar los aprendizajes, más aún tras las consecuencias que dejó la pandemia.
La política educativa debe ser integral, es decir, ir más allá de las transferencias monetarias, y enfocarse en medidas complementarias con otras intervenciones sociales dirigidas a mejorar las condiciones materiales de las niñas, niños y jóvenes para que lleguen listos a la escuela a aprender más y mejor.
Las becas universales por sí solas no pueden considerarse una solución definitiva para la equidad y justicia educativa. Para que estos programas sean verdaderos motores de cambio, es necesario un enfoque más amplio y sostenible que permita a los estudiantes superar las limitaciones de su contexto, en lugar de perpetuarlas.