Opinión

En la marcha por la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, entre el estruendo de las consignas y el violeta que inundó las calles, hubo una imagen que llamó poderosamente mi atención: la de las niñas y jóvenes. No solo porque muchas caminaban de la mano de sus madres o portaban carteles con dibujos infantiles pidiendo justicia, sino porque son ellas, las niñas y adolescentes de hoy, quienes heredarán lo que hagamos (o dejemos de hacer) en esta lucha por lograr la igualdad.
El 8 de marzo es un recordatorio de la lucha por los derechos de las mujeres, pero también una oportunidad para preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo por ellas? ¿Cómo garantizar que niñas y adolescentes puedan ejercer su derecho a la educación cuando muchas se ven obligadas a abandonar la escuela por encargarse de trabajos domésticos, enfrentar embarazos tempranos, sufrir violencia de género o verse limitadas por su condición económica y el lugar donde nacen y crecen?
Esta reflexión me recordó que existe una deuda histórica con las mujeres, niñas y adolescentes. En la educación, esta deuda se traduce en barreras que afectan su bienestar y desarrollo académico. Invisibilización, pobreza menstrual y violencia en el noviazgo son solo algunos de los problemas que enfrentan en las escuelas, muchas veces sin que nadie haga algo al respecto.
La falta de estrategias para atender estas realidades limita las oportunidades de niñas y adolescentes. Si no visibilizamos sus experiencias, difícilmente podremos garantizar soluciones.
La menstruación sigue siendo un tema tabú en las escuelas mexicanas. De acuerdo con el estudio Menstruar en la Escuela, 4 de cada 10 estudiantes que menstrúan faltan a clases al menos uno o dos días al mes debido a la falta de acceso a productos de higiene menstrual y a la ausencia de instalaciones sanitarias adecuadas. Este problema afecta su asistencia y desempeño académico, y refuerza la idea de que la menstruación es algo vergonzoso, cuando en realidad es un proceso natural. La pobreza menstrual limita la participación de las adolescentes en la escuela y afecta su autoestima. Para atender esta situación las escuelas deben garantizar acceso gratuito a productos menstruales, mejorar la infraestructura sanitaria y promover una educación integral sobre el tema para que se eliminen prejuicios.
Otro problema poco visibilizado en las escuelas es la violencia en el noviazgo. Según datos de SIPINNA, 76% de las adolescentes entre 15 y 17 años ha sufrido violencia psicológica, 17% violencia sexual y 15% violencia física en sus relaciones de pareja. Muchas de estas agresiones ocurren en el entorno escolar y afectan su rendimiento y permanencia. Por su parte, el estudio Violencia en el Noviazgo desde la Perspectiva Escolar, realizado por Mexicanos Primero y Fundación Naná, destaca la urgencia de que las escuelas sean espacios seguros donde se detecten señales de violencia y se fomente la construcción de relaciones sanas. La formación a docentes y personal educativo es clave para identificar y atender estos casos con perspectiva de género.
La educación no es solo un espacio de aprendizaje, sino un motor de transformación social. Para garantizar que las niñas y adolescentes permanezcan en la escuela, es fundamental implementar políticas públicas que incluyan productos menstruales gratuitos, infraestructura sanitaria digna y programas de prevención de la violencia de género.
Además, es fundamental que ellas sean escuchadas y participen en la toma de decisiones sobre su educación. Una escuela que ignora la voz de la diversidad, no es inclusiva. Por ello, se requiere que tanto sus problemas, como sus necesidades específicas sean visibilizadas y atendidas para así transitar a una educación más justa y equitativa para todas.
El 8M no termina cuando se apagan los discursos y las publicaciones en redes. Hasta que la reflexión se traduzca en acción, como sociedad debemos seguir impulsando cambios y generando propuestas que garanticen que cada niña, adolescente y mujer joven goce de un espacio seguro y digno en la escuela.
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