Opinión
Luego de más de dos semanas en que Sinaloa ha vivido una de las peores olas de violencia y pese a los esfuerzos de autoridades por reforzar la seguridad, los acontecimientos brutales no se detienen y tampoco se vislumbra un horizonte claro de resolución del problema para la obtención de paz que la sociedad sinaloense anhela. Mientras eso sucede, poco a poco se realizan esfuerzos por recuperar los espacios públicos, entre ellos las escuelas.
Sin embargo, aunque oficialmente la autoridad educativa anunció la reanudación de actividades presenciales para que las niñas, niños y jóvenes continúen con sus trayectorias educativas, en los hechos, hay una baja afluencia de estudiantes en los centros escolares.
Esto de ninguna manera significa que las familias no quieran llevar a sus hijas e hijos a la escuela, que los estudiantes decidan perder clases o que los maestros prefieran evadir su responsabilidad. La situación en Sinaloa está lejos de ser normal, y el miedo e incertidumbre de quedar atrapado en medio de un tiroteo, recibir una bala perdida y convertirse en lo que oficialmente llaman daño colateral, no es una opción para nadie.
La prioridad absoluta debe ser garantizar que los estudiantes, docentes y familias en Sinaloa dispongan de un entorno seguro y protegido. Sin embargo, es esencial reconocer que, si la situación no cambia, las consecuencias para el aprendizaje de niñas, niños y jóvenes podrían ser profundas. Recordemos que muchas niñas, niños y jóvenes en México aún no se recuperan de aquellos 18 meses del cierre de escuelas que se tradujeron en una pérdida promedio de 1.5 años de aprendizajes.
Las lecciones que dejó la pandemia son especialmente pertinentes en este momento. Aunque las causas del problema actual son distintas, los síntomas son similares. No poder asistir a la escuela debido al riesgo que conlleva, profundizará las brechas de aprendizaje que las y los estudiantes ya arrastran.
Para ilustrarlo, en el estudio Equidad y Regreso de Mexicanos Primero, aplicado a 2,000 estudiantes de entre 10 y 15 años, se encontró que la ausencia de presencialidad estaba afectando a los estudiantes: 61.6% no comprendía un texto de cuarto año de primaria y el 14.8% no podía leer una historia. En matemáticas, el panorama fue más alarmante: 88.2% de los estudiantes no pudo resolver un problema de tercer año de primaria y 96.5% no logró resolver una operación con fracciones.
En las mediciones más recientes de la prueba PISA 2022, estos efectos se reflejaron en el desempeño de los estudiantes. Dos de cada tres no pudieron resolver problemas matemáticos básicos aplicables a su vida diaria, y al menos uno de cada dos no comprendía lo que leía. Este problema se profundiza con más frecuencia en los contextos que enfrenan mayor grado de marginación.
Si a esto le añadimos que México destina menos tiempo a las actividades de enseñanza- aprendizaje en comparación con el promedio de la OCDE, la situación se vuelve aún más preocupante. En Sinaloa, cada año se pierden clases debido a las altas temperaturas, las condiciones deficientes en algunos planteles, fenómenos meteorológicos, y ahora la crisis de violencia profundiza esta problemática.
Definitivamente, es imperativo que el Estado garantice la seguridad para las comunidades escolares. De otra manera, los estragos de la nueva pandemia de violencia que enfrenta Sinaloa seguirán obstaculizando el derecho a aprender de niñas, niños y jóvenes. Afectando no solo su presente sino también su futuro.
Esta columna fue publicada originalmente en El Heraldo de México